29 de octubre de 2006

Será el calor: El desenlace

Todo el piso estaba vacío. Los muebles, los cuadros, las cortinas, todo había desaparecido, en cambio, una espesa capa de nieve inundaba suelo, paredes e incluso en el techo se había formado una capa de escarcha. Dentro del piso el frío era más insoportable que fuera. Parecía como si se hubiera mudado allí toda la Antártida. De un momento a otro pasarían una familia de pingüinos, seguro. Y así fue, salieron de la cocina cinco pingüinos y se dirigieron hacia el dormitorio de Winnie de Pooh. Éste era mi compañero de piso. No se llamaba así, claro está, su nombre era Eduardo, pero lo de Winnie de Pooh iba más con su personalidad y su aspecto que Eduardo. Era muy depresivo, casi siempre estaba angustiado por todo lo que a su alrededor pudiera pasar, hasta el punto que decidió no salir de su cuarto hasta que se encontrara con más ánimo. En realidad ya no salió de ahí en mucho tiempo. El encierro voluntario le cambió el tono de piel pasando de blanquecino a amarillento. Por eso el sobrenombre de Winnie.
No podía imaginarme qué había ocurrido para que todo estuviera así. Pero me temía que pronto iba descubrirlo.

En el salón estaba El Hada, mi otra compañera de piso. Evidentemente no era su nombre tampoco, pero la historia de éste era más privada y personal. Nunca quise preguntarle el por qué, pero creo que tenía que ver con unos “polvos mágicos” o no sé qué. Estaba casi irreconocible con la cara azulada por el frío.

- ¿Qué ha pasado?
- Tía, una desgracia, una desgracia.
- Pero, ¿por qué esta todo lleno de nieve? en la calle hace un calor insoportable y todo el edificio está congelado
- Una desgracia, tía, una desgracia.
- Pero, dime porqué de una vez
- No lo sé, no recuerdo nada de nada. Creo que mis neuronas están congeladas por este frío del demonio.

En un rincón del salón había una improvisada hoguera con restos de sillas, muebles, libros y demás. La tía loca ésta había quemado todo lo que había en el piso. Y ahora dónde nos sentaríamos o dónde dormiríamos. Encima no se acordaba de nada.

- ¿Y Winnie de Pooh?

De pronto empezó a llorar y a patalear en el suelo. Gritaba y temblaba a la vez, no sé si de frío o de miedo o de algo que se hubiera tomado de poca legalidad. La miraba entre el asombro, la compasión y la risa, sin saber muy bien si consolarla o darle una patada en la cara para hacerla callar. Ella seguía con sus gritos y sus aspavientos, cayéndole los mocos y las lágrimas por toda la cara.
Me dirigí a mi cuarto intentando encontrar algo de normalidad en todo aquello. Al abrir la puerta encontré a cuatro personas jugando una timba de pócker, me miraron durante unos segundos y luego siguieron con sus apuestas y demás. Cerré la puerta y me dirigí al salón donde seguía mi compañera llorando y berreando como si la estuvieran matando. No tuve más remedio que darle una bofetada para calmarla, pero no lo conseguí. Tuve que emplearme a fondo para que volviera en sí. Cuando pudo recuperar un poco la compostura, me explicó lo que había pasado.
Antes de que volviera yo de mi viaje el calor en la ciudad era más que insoportable. Ella había estado todo el día en la calle hasta por la tarde. Cuando regresó al piso vio la misma escena que yo. Todo el edificio estaba helado. El frío que hacía dentro era de agradecer. Al entrar en el piso todo estaba recubierto por la escarcha. Pronto encontró la respuesta a el cambio de temperatura: la puerta del congelador estaba abierta. Había estado toda la noche y todo el día. Fue a preguntarle a Winnie lo que había pasado pero no pudo. Se lo encontró congelado en una postura sospechosa...

Me dio pena después de todo. Pobre, con lo infeliz que era morir así, de esa manera tan poco digna. Me dijo que estuvo varios días en los que no sabía que hacer con él. Entraba de vez en cuando en la habitación por si se había movido o algo, pero no. Seguía muerto poniéndose cada vez más morado y con más escarcha por encima.

- ¿Y ahora dónde está?

Empezó a llorar otra vez, de una manera desconsolada. No debería ser normal esa manera de llorar. De los ojos no salían lágrimas sino torrentes de agua que estaban empezando a derretir la nieve, convirtiéndola en un hielo resbaladizo y peligroso. Lloraba y lloraba sin consuelo, y yo seguía sin saber por qué. Con el agua casi por las rodillas pude calmarla otra vez y me contó el por qué de su llanto.
El piso se había convertido en algo parecido al Polo Norte, las mantas y los abrigos no conseguían que entrara en calor, la comida se había acabado y todo el dinero que tenía lo perdió en una de esas timbas de pocker que se celebraban en mi cuarto. Me contó, justificándose por el hambre y la desesperación, había hecho algo feo. Imaginé que había chantajeado a alguno de los de la timba, acostándose con él y amenazándolo con contárselo a su mujer, cosa que no me parecía tan deleznable como me hacía ver. Eso ya lo hacía a menudo.

- Me he comido a Winnie de Pooh...
- ¿Crudo?
- No. Un día lo puse en salsa. Otro lo hice a la plancha y ayer lo freí con patatas y ajos...
- ¿Pero estaba bueno?
- No, eso es lo que más me indigna. Todo en trabajo que me dio hasta meterlo en la sartén, para que luego me saliera duro.
- Es lo que tiene la carne humana, siempre sale poco hecha

Y de nuevo el llanto desconsolado.
Ahora más que pena me daba risa, pobre idiota. Toda su vida encerrado en una casa, creyéndose que estaría más seguro que en la calle. Todo para qué. Para morir congelado y comido por tu compañera de piso con menos delicadeza que si te comieras un menú de un burguer.
Ella seguí llorando y llorando.
Fui a la cocina, al lugar donde se había originado todo. Miré al congelador y me dio miedo. Un aparato tan pequeño puede joderte la vida para siempre. Sólo había que ver a la desgraciada que se deshacía llorando en el salón. Nunca sería la misma.
Dejó de llorar y volví al salón. Había muerto. Sí, se había ahogado por sus propias lágrimas. Eso si que era una verdadera faena.
¿Por qué mis compañeros de piso se había empeñado en morirse al mismo tiempo? Ahora me tocaría pagar el alquiler a mi sola. Encima el casero me haría pagar todos los desperfectos de los que no tenía culpa. Sería mi ruina.
Encendí un cigarro y salí al balcón. En la calle seguía haciendo calor, un calor casi infernal. Los coches seguían gritando, las personas tocaban sus cláxones y yo tendría que hacer frente a una deuda casi millonaria por culpa de mi compañera antropófaga y llorona.
Apuré el cigarrillo hasta llegar al filtro a pesar de que a mi nunca me gustaba fumar, lanzando la colilla a la calle.
Poco después todos los cristales saltaron por los aires. El kiosko de “El Petardo Feliz” dijo adiós. ¿Por qué todo el mundo quiere morirse al mismo tiempo?.
Será el calor

26 de octubre de 2006

y le dijo: "Es que es tímida". Y ella añadió: "Sí, y también soy piscis"

A mis amigas que siempre estuvieron ahí...
Esta tarde quedé con unas amigas para tomar café y parlotear. La excusa de tomar café, es sólo eso, una excusa. Porque a nosotras lo que realmente nos apetece es hablar. Vamos a la cafetería porque allí podemos estar sentadas y no nos llueve, como pasaba hoy. Claro, esto tiene alguna que otra pega (no todo podía ser tan idílico), y es que el camarero nos miraba mal. Se acercaba por si queríamos pedir otra vez, limpiaba aquí y allí. Todo un desconsiderado teniendo en cuenta que ese era nuestro “momento amiguil” y no reparábamos en tomar café o en no tomarlo. Son muchas cosas las que tienes que contar después de horas sin vernos, incluso días sin saber unas de las otras. A cualquiera le pasa eso, y quien diga lo contrario miente como un bellaco.
Pero me ha preocupado el tema recurrente de nuestros últimos encuentros. Podemos empezar hablando de mil cosas y al final siempre acabamos en el temita: los bodorrios.
Ya sea porque se case alguien cercano o porque te hayan invitado por todo el morro. Es curioso, a la vez que preocupante, como cambian nuestros temas de conversación según va pasando el tiempo. No sé si es que el lugar donde habito irradia algún tipo de energía extraña y/o paranormal, pero a todo el mundo le ha dado por casarse. Y de pronto, además.
La vivienda cada vez está más cara, los sueldos cada vez son más mierda, las estadísticas dicen que hay casi tantos matrimonios como divorcios; pero a pesar de los pesares, de los malos augurios y de la precariedad económica, la gente se casa. Con un par.¡Inconscientes, que sois unos inconscientes!
No piensan en todo lo que suponen los bodorrios, y claro, cuando se dan cuenta del marronazo que les viene, es demasiado tarde para anular las cuatrocientas cincuenta invitaciones que tienen ya repartidas. Y es que todo son calentamientos de cabeza. Empezando por poner la fecha y terminando por elegir entre los doscientos recuerdo-chorradas para regalar. Que si el vestido, las flores, la iglesia o el juzgado, el banquete, etc, etc. Todo debe estar pensado y calculado para que luego no salga nada mal. Ingenuos.
Estos menesteres tienen dos cosas en común: sólo son para el día de la boda y todos cuestan dinero. No hay nada que no sea importante en ese día que sea gratis. Qué bien se lo tienen montado. Que si dos euros cada recuerdo, que si ciento veinte el ramo, que si el traje debe ser chaqué y no unos vaqueros (con lo cómodos que son). A base de eurazo, pero a partir de billetes de cincuenta. Y luego para qué. Todo se pasa en unas horas y ya está. Cada uno a su casa con la barriga llena de comer langostinos, que todavía no has pagado y no sabes cómo pagar, y tú aún con la sonrisa tonta en los labios dándoles las gracias por ir. ¡Qué te las den a ti, que para eso le has pagado un gran festín! He vivido de cerca varias bodas y sé los nervios que se pasan con los preparativos. Aún no me explico muy bien a qué tanto nervio. Has pagado para que salga perfecto, sino sale... Sino sale todo el mundo os recordará como aquella pareja de novios a los que le jorobaron un poco la boda los del catering. Luego tú le cortas la cabeza a alguien y ya está.
Ahora hay una moda de contratar a alguien para que te lo organice todo y sea quien, de haberlos, se coma todos los marrones. Pero creo que eso le quita gracia al asunto. Es preferible que sean los futuros cónyuges los que se devanen los sesos pensando el menú o la orquesta. Así tendrán entretenidos a los que se dediquen a criticarlo todo durante la boda. (Lo confieso, soy una de ellos). En esta vida todo es criticable.
Estos aspectos, para los que hayan sido invitados sin apenas conocer a los novios, siempre vienen bien. Si en la ceremonia hay pocas flores, una de tres: o alguno de los novios es alérgico, hay poco presupuesto para flores (algo razonable. Sólo las disfrutas cuarenta minutos como mucho) o son unos tacaños, y ya. Otro aspecto a tener en cuenta es el menú. Ese es mi tema estrella. Si hay carne, no me fío. Pero es que si hay marisco mucho menos. A decir verdad, no me fío de nada. Bueno sí, de la barra libre. Pero ese es otro tema que no voy a tratar ahora.
Un plato muy repetido es el embutido de primero. ¿Puede haber algo más triste que un plato en el que aparezcan una tapa de queso, una loncha de jamón y otras dos de chorizo. Los que tiran por lo alto ponen lomo, pero esos son pocos. Dicen : son ibéricos. Y un huevo. Eso no ha visto el ibérico en su vida. Bueno, yo es que tampoco he ido a muchas bodas.
Otro tema preocupante es la orquesta. Las hay de los que ponen un disco de doce canciones, y así se pasan toda la noche. Y los hay de los que contratan a una orquesta. Esos son los del lomo en los embutidos y los que ponen pocas flores (es preferible que la gente se vaya a su casa con el estómago lleno y arto de bailar pasodobles). Con esta última opción hay que tener cuidado y hablar con los componentes antes. Así podrás explicarles que existen más canciones a parte de Paquito el Chocolatero, España Cañí o la última de Bustamante. Pero si hay una canción que me hunda es el Vals de la Mariposas. No puedo soportarlo.
Todo esto lo digo sin ánimo de ofender. Es mi visión global de todas las bodas a las que me han obligado a ir desde mi más tierna infancia y que he tenido que soportar hasta el último momento.
No es mi intención desanimar a las futuras parejas, porque como dicen por ahí, si hay amor, todo es más bonito. Sí, pero que no sea más hortera.
Yo creo que todo esto viene porque la gente sólo se limita a copiar lo que otros ya han hecho. Yo, si algún día me caso, intentaré cambiar un poco el protocolo.Lo primero, el banquete a base de sandwiches, ganchitos y refrescos. Que no está mi economía para lujos. Así, en plan cumpleaños infantil y pobre. Luego, con el estómago lleno, ya si eso, me caso. Pero nada de iglesias ni leches. Allí mismo, que salga el “metre” y que nos case. Con su gorro de cocinero, que le da más caché. Y luego a bailar. Lo tengo muy claro, yo quiero como baile para mi y para mi ya esposo el regeeton: “dame más gasolina...” Para ir entrando en calor para después. Y así todo.
Quizás no nos llame Zarzuela para dirigir el próximo enlace real. Pero ni falta que hace.

25 de octubre de 2006

Mamá quiero ser artista...


... eso era lo que decía una canción, si no recuerdo mal, de Concha Velasco. La letra no voy a escribirla entera por dos razones: porque no me la sé (y no tengo intención de aprenderla) y porque sólo me sirve la primera frase de la tan conocida canción, lo demás, me da igual.
A lo que iba. A mi esta canción no me marcó ninguna etapa de mi vida ni siquiera me he querido dedicar al mundo del espectáculo, dada mi poca gracia en el bailoteo y en la canción. Soy así, una persona que baila y canta para dentro. ¿Reservada? ¿Seria? ¿Aburrida? Nada de eso. Mucho sentido del ridículo (quizás demasiado, o no. No lo sé).
El caso es que me daba mucha envidia escuchar como esta alegre, y joven, Concha (si era ella) sabía perfectamente que quería hacer con su vida los próximos treinta, cuarenta o cincuenta años.
Siempre me pregunté cómo puede saber alguien lo que quiere ser en la vida. Un día te levantas y dices: quiero ser otorrinolaringólogo. O es más un sueño revelador y premonitorio de esos en los que te ves dentro de veinte años ejerciendo alguna profesión. En este caso, ¿te reconoces a pesar de estar envejecido veinte años. ¿Y Juan Antonio Roca, cómo se vería? ¿Cómo preso o como ladrón hortera? Bueno, esto es para dedicar todo un apartado.
El caso que a mí eso de elegir mi profesión siempre me causó mucha angustia. De hecho, después de pasar los años, en los que se supone, tienes que decidir qué carrera estudiar o qué carajo hacer, me sigue causando angustia. Me desequilibró hasta el punto que no quería que nadie me preguntara por lo que iba a estudiar. ¿A quién le importaba eso? Era persecutoria la preguntita. Pero no lo sabía. Estaban los que te aconsejaban que estudiases una carrera con “salidas”. Al escuchar esto me pregunté: ¿tengo que estudiar la carrera con tías calentorras? Me pareció un poco raro, pero luego me explicaron que no. Se referían a buenas salidas profesionales. Ahhh, me quedé más tranquila. Pero aún estoy esperando a que se imparta en alguna universidad esa carrera. Luego me dijeron: tienes que estudiar la carrera según tus gustos, ¿a ti qué te gusta hacer? Con dieciocho años me gustaba pensar en las musarañas (tonterías, vaya). Pero me dijeron que Licenciatura en Pensamientos Musarañiles no existía, todavía.
Nadie supo como orientarme a estudiar algo que me gustase realmente. Al final, estudié algo que no me llegó a gustar demasiado. De hecho, no me acuerdo de casi nada. Y me dediqué a pensar esto o aquello. A querer hacer muchas cosas y luego hacer pocas y mal.
En fin, no soy ningún ejemplo a seguir por nadie, la verdad. Pero intento ser buena gente (aunque esté mal decirlo) y sigo buscando “eso “ a lo que dedicarme.
Se aceptan dedicaciones o dedicatorias.

23 de octubre de 2006

"Alteradas": Yo soy una de ellas

..."En el medio, te van a tratando de “pirada”, insatisfecha, histérica, ciclotímica, inmadura, egoísta y, por supuesto, como el peor de los insultos, feminista"...
..." Y no fue fácil para las mujeres descubrir que teníamos derecho a cambiar. Durante largo tiempo pensamos que lo mejor hubiera sido ser otra. Hoy que sabemos que hasta la más superada se cemo las uñas, estamos más contentas con nosotras mismas. Cambiando lo que no nos gusta y no sólo los pañales o el maquillaje"...
..."Y lo logramos. En estos últimos años las mujeres hemos cambiado mucho.
Antes sólo estábamos obsesionadas por conseguir un marido. ¡Ahora, además, estamos estresadas por exigirnos logros profesionales, trastornadas por la culpa que nos provoca la maternidad, y desesperadas por combatir la celulitis....!
¿Alterada? Sí. ¡Y a mucha honra!"


Maitena

21 de octubre de 2006

Será el calor (II)

No daba crédito a lo que estaba sucediendo. Mientras en al calle era imposible estar a pleno sol, dentro del edificio parecía estar en la Antártida. Tiritaba de frío. Me dirigí hacia el ascensor y mi sorpresa fue encontrar un montículo de nieve delante de la puerta. Intenté retirarlo. Imposible. Mis manos estaban congeladas. Perfecto, subir a un quinto piso por las escaleras y cargada de bultos. Lo bueno: entraría en calor con el ejercicio. Mientras ascendía no podía creer lo que estaba viendo. Todo el edificio estaba recubierto de un manto blanco de nieve. Tuve la sensación de estar andando por un decorado de alguna peli cutre de miedo. Parecía todo tan absurdo.
Por fin llegué. Comenzaba a ponerme azul del frío. Y de nuevo seguía sin encontrar las dichosas llaves. Mis manos no tenían sensibilidad, por lo que opté por vaciar el contenido del bolso en el suelo escarchado de mi rellano. Mientras que buscaba entre mis objetos, casi al borde de la congelación, me interrumpieron dos predicadores, sí, esos que van puerta por puerta.
- Tieneunmomento.Queríamoshablarconusted...
- No – seguía buscando sin reparar un momento en ellos. Hay que decir que la insistencia, a pesar de que no le hice ni puñetero caso, me hizo mirarles. Eran dos hombres jóvenes con sus correspondientes carpetas, lo que les hace inconfundibles allá donde vayan, y que tenían por cabeza la de un borrego. Volví a mirar entre mis cosas sin prestarles atención alguna. Quería entrar ya de una vez en mi casa. Ellos seguían soltando el discurso. ¿Cuántas veces lo habrían dicho ese día?
- ....noqueremosnadamásquenosecuche...
- Que no me interesa – por fin encontré las dichosas llaves. Recogí todo lo del suelo e intenté abrir la puerta. No notaba ya las piernas.
- ....siquiereledejamosunodenuestroslibros....
- Les repito que no – al cerrar la puerta no puede evitar mirarlos por última vez.
Me dieron pena. Pobres, todo el día por las calles. ¿Qué les diría la gente? ¿Se sentirían observados? Dudé un momento en escucharlos, sus caras de borregos daban tanta lástima... Pero me estaba congelando de frío. No era el momento de compasiones. Cerré. Por fin en casa. ¡Qué reconfortante era estar de nuevo allí!. Cerré los ojos intentando mantener esos momentos en mi memoria. Después de tanto tiempo fuera, volver a casa era lo que más deseaba en el mundo. Volver a mi rincón de aquel cuarto en el que tantas veces me sentí libre. ¡Ay! Todo era tan mágico, y yo me ponía tan moña al pensar así. Pero me daba igual, era una moña, ¿Y qué? Abrí los ojos y pensé haberme equivocado de piso. Pero no, era el mío. Seguro era una broma de El Hada, sí, eso debería ser. O de Winnie de Pooh. Sí, eso. Sabían que llegaba y querían darme una sorpresa. Pero nunca estuve más lejos de la realidad. No quería atravesar el pasillo.

20 de octubre de 2006

Será el calor

Hace calor, mucho calor. Una mujer, que pasa a mi lado con su carrito de la compra, le va diciendo a su interlocutor invisible que ésto no es normal.
- Esto en mis tiempos no pasaba, cuando era verano hacía calor y cuando era invierno hacía frío. Pero este tiempo no es normal. Seguro que la culpa de todo la tienen los políticos – dice.
Opino igual que la señora que habla sola: la culpa de todo la tienen los políticos.
Hoy vuelvo a casa. Tengo prisa, mucha prisa. Las bolsas pesan como si tuvieran plomo en vez de ropa. Todo es más agotador cuando hace calor. Paso por la puerta de un bar “La Tapa Feliz”, en la tele un presentador casi enloquecido grita que tiene calor. Y yo, no te jode. Sigo andando.Parece no tener fin esta calle. Mierda, semáforo rojo. Ahora tendré que esperar media hora para poder pasar. No sé si aguantaré o desfalleceré y quedaré tendida en mitad de la acera sabiendo que voy a morir. La gente toca sus claxones, los coches gritan y a mi lado una pareja de turistas. Los miro de arriba abajo, - qué feos sois- Creo que me han entendido y ahora me miran mal. Tampoco ha sido para tanto...
Por fin verde. Uff, estaba un poco incómoda con todas las bolsas en la mano, a pleno sol y con los turistas insultándome en un idioma extraño. Vamos, creo que me estaban insultando, por el tono de voz y por la vena de la frente del señor. Parecía que iba a estallar de un momento a otro. Ya queda poco para llegar.
El kiosko de mi barrio había cerrado hacía unos meses. El kioskero me dijo un día que el negocio no funcionaba, era complicado. Asentí. Tenía razón, no era fácil. Y más cuando tu clientela la reduces a coleccionistas de fascículos de paraguas del mundo. Eso, aunque quieras, no da para mucho. Al final, decidió traspasar el kiosko e irse a Benidor a fundirse todo lo que tenía en montar otro kiosko. No sé si allí le funcionaría esa colección. Ahora, en su lugar había un puesto de artículos pirotécnicos (de dudosa legalidad): “El Petardo Feliz”. A diferencia del antiguo propietario, la variedad era extensísima. Los había que sonaban a pedo y los que te reventaban un tímpano. De colores, olores y no sé si tendrían alguno de sabores. Todo era posible en “El Petardo Feliz”. Lo mejor, sin duda, el logotipo: un petardo de ojos saltones a punto de explotar. La viva imagen de mi compañero de piso.
Llego al portal, ¡por fin! Busco la llave en el bolso. El monedero, la agenda, brillo de labios, cleanex, caramelos, un peine, un espejo, una moneda de 100 psts (me da suerte)... Y las puñeteras llaves no aparecen. ¿Las habré perdido? ¿Me las habré olvidado en algún sitio?. Mierda, seguro que las he perdido, nunca sé donde las dejo. Lo que me faltaba.
A través del cristal veo que alguien se acerca. Parece un cabezudo de esos que salen en las fiestas, no, es un vecino con un ¿abrigo?. En la calle se rondarán los 45 º y este buen hombre lleva puesto un abrigo. Abrió la puerta y saludó. Después se alejó corriendo calle abajo. Entré en el portal, todo era muy extraño. Hacía frio.

18 de octubre de 2006

"Un adosado, cuatro hijos y un perro"

¿Por qué se visualiza la felicidad de la vida en pareja con esa imagen? ¿Es alguna información genética que llevamos desde que nacemos? ¿O son los altos precios de la vivienda los que nos hacen tener el adosado como paradigma de la felicidad? Bueno, también deberíamos incluir la dificultad de encontrar pareja estable. Pero este es otro tema que no viene al caso.

Es curioso, pero no son pocas las veces que he oido esa frase, aunque cada uno es como es, y puede no ser el modelo de felicidad de todos. Y es que según crecemos vamos cambiando nuestra escala de valores y también nuestra escala de gustos. Aún no conozco el caso de un señor de 60 años que siga deseando lo mismo que cuando era un niño, ¿o sí?.

Bueno, a lo que iba. Cuando era pequeña mi mayor deseo era tener todo lo de Pin Y Pon. Soñaba el día en poder montar el universo Pin y Pon en mi sala de juegos. Nunca lo conseguí. A medida que fui creciendo, la entrañable familia Pin y Pon quedó relegada (y olvidada) dentro de la caja de un televisor, y lo sustituyó otro deseo: las cartas perfumadas. Todos sabemos que están ahí, no conocemos su utilidad, pero están ahí. Fueron años difíciles para mí, por dos razones: en mi pueblo habíamos arrasado en todas las papalerías con la variedad y aún no habían llegado las tiendas de Todo a 100, y eso siempre limita cualquier colección. La segunda razón era la edad del pavo. Qué más se puede decir.

Ahora soy más mayorcita, y no baso mi felicidad en coleccionar nada, porque siempre he acabado cansándome de las colecciones, ni tampoco intento reunir todas las familias de aquellos muñequitos cabezones sin movilidad alguna. Pero sigo buscando la felicidad en cada cosa que hago. Quizás no llegue muy lejos en la vida, pero llegaré feliz. Es algo que me he impuesto.

17 de octubre de 2006

Razones

Llevo días dándole vueltas a una idea, no sé si es porque no tengo nada más en que pensar o porque realmente me apetece. El caso es que esta idea no es muy distinta a la que otros han podido tener: crear un blog. Es curioso, pero jamás creí decir ( o escribir) ésto, por varias razones. Una de ellas es que paso bastantes horas pegada al cristalito del ordenador como para tener ahora un motivo más. La segunda es por la vergüenza de quienes me lean puedan descubir cosas de mí que yo quiera mantener ocultas (o no). La tercera... Creo que no existe una tercera razón.
Escribir lo que pensamos no es algo muy raro, casi todos hemos tenido alguna vez un diario. Yo tuve tres, y digo tuve, porque uno fue a la basura (ya lo contaré otro día), pero no va a ser éste el caso. No voy a contar intimidades propias o ajenas. Lo siento para los amantes del morbo y el espectáculo.
Como no sé prácticamente nada de ningún tema, me limitaré a seguir haciendo lo que mejor sé: opinar de todo, lo opinable, claro. Y usted, querido amigo y lector, se preguntará por qué opino sin base ni criterio. Muy sencillo. No pienso sentar cátedra, ni hacer tesis y mucho menos revolucionar el campo de la investigación. Que si se diera el caso, no estaría mal, pero reconozco mis limitaciones. Sólo quiero pasar un buen rato escribiendo.

El nacimiento

Estoy nerviosa. El pulso lo tengo acelerado y no puedo pensar con claridad nada. Tanto es así, que no sé qué carajo estoy escribiendo. Apesar de eso, sigo dándole a las teclas sin ton ni son. Es lo que tienen los dolores del parto, que no puedes hacer nada más que parir. Que no es poco, oiga. El caso, es que este día es importante (por lo menos para mí, no sé si para usted. Y le trato de usted, porque quizás aún no tenga el gusto de conocerle, o sí). Es el nacimiento de esta cosita (aún por definir lo de cosita) a la que todo el mundo le llama blog (y que es como muy cool, osea) que no sé si me saldrá buena o dentro de unos años se rendirá en los brazos de la mala vida: el sexo y las drogas (¿quién me ha dicho que eso es mala vida?). Sea lo que sea y salga como salga, yo lo querré igual. Porque eso es lo que hacen las madres. Y yo, sin haber conocido varón, ya soy madre.