21 de octubre de 2006

Será el calor (II)

No daba crédito a lo que estaba sucediendo. Mientras en al calle era imposible estar a pleno sol, dentro del edificio parecía estar en la Antártida. Tiritaba de frío. Me dirigí hacia el ascensor y mi sorpresa fue encontrar un montículo de nieve delante de la puerta. Intenté retirarlo. Imposible. Mis manos estaban congeladas. Perfecto, subir a un quinto piso por las escaleras y cargada de bultos. Lo bueno: entraría en calor con el ejercicio. Mientras ascendía no podía creer lo que estaba viendo. Todo el edificio estaba recubierto de un manto blanco de nieve. Tuve la sensación de estar andando por un decorado de alguna peli cutre de miedo. Parecía todo tan absurdo.
Por fin llegué. Comenzaba a ponerme azul del frío. Y de nuevo seguía sin encontrar las dichosas llaves. Mis manos no tenían sensibilidad, por lo que opté por vaciar el contenido del bolso en el suelo escarchado de mi rellano. Mientras que buscaba entre mis objetos, casi al borde de la congelación, me interrumpieron dos predicadores, sí, esos que van puerta por puerta.
- Tieneunmomento.Queríamoshablarconusted...
- No – seguía buscando sin reparar un momento en ellos. Hay que decir que la insistencia, a pesar de que no le hice ni puñetero caso, me hizo mirarles. Eran dos hombres jóvenes con sus correspondientes carpetas, lo que les hace inconfundibles allá donde vayan, y que tenían por cabeza la de un borrego. Volví a mirar entre mis cosas sin prestarles atención alguna. Quería entrar ya de una vez en mi casa. Ellos seguían soltando el discurso. ¿Cuántas veces lo habrían dicho ese día?
- ....noqueremosnadamásquenosecuche...
- Que no me interesa – por fin encontré las dichosas llaves. Recogí todo lo del suelo e intenté abrir la puerta. No notaba ya las piernas.
- ....siquiereledejamosunodenuestroslibros....
- Les repito que no – al cerrar la puerta no puede evitar mirarlos por última vez.
Me dieron pena. Pobres, todo el día por las calles. ¿Qué les diría la gente? ¿Se sentirían observados? Dudé un momento en escucharlos, sus caras de borregos daban tanta lástima... Pero me estaba congelando de frío. No era el momento de compasiones. Cerré. Por fin en casa. ¡Qué reconfortante era estar de nuevo allí!. Cerré los ojos intentando mantener esos momentos en mi memoria. Después de tanto tiempo fuera, volver a casa era lo que más deseaba en el mundo. Volver a mi rincón de aquel cuarto en el que tantas veces me sentí libre. ¡Ay! Todo era tan mágico, y yo me ponía tan moña al pensar así. Pero me daba igual, era una moña, ¿Y qué? Abrí los ojos y pensé haberme equivocado de piso. Pero no, era el mío. Seguro era una broma de El Hada, sí, eso debería ser. O de Winnie de Pooh. Sí, eso. Sabían que llegaba y querían darme una sorpresa. Pero nunca estuve más lejos de la realidad. No quería atravesar el pasillo.