24 de diciembre de 2006

Vestida de Navidad



Seguimos de Navidad. ¿Debería estar contenta? Pues no sé, depende cómo te lo propongas. Para mí todos los años es la misma historia.
La navidad suele ser la época del año que más se consuma, ni vacaciones ni historias: en estos días la gente saca a pasear la Visa Oro (quien la tenga) y no la guarda hasta el 6 de Enero, después de comprar el roscón de reyes, por supuesto.
Y es que si no consumes eres un raro, un rata o algo así. Parece como si desde que vamos a la guardería, subliminalmente, nos metieran ciertas ideas junto con el biberón y los juegos.
Son días de dar amor a todo el mundo, felicidad y demás slogans para anuncios de telefonía móvil. Que sí, que todos somos muy felices y debemos pasárnoslo muy bien, pero ¿y si queremos tener mal carácter y odiar los villancicos?. Pues no puedes. Hay alguna especie de regla que hay que seguir, sin cuestionarla, en la que se obliga a todo el mundo a estar feliz y a querer trasmitirlo a los demás. En estos días hay que adornar la casa de manera recargada y, en ocasiones, estridente (cuanto más, mejor) a base de espumillones y bolas de colores. Hay que cenar pavo, pato o pollo, langosta, brindar con cava, cantar villancicos y regalarse miles de cosas.
- ¿Por qué?
- Porque es Navidad.
- Ah, pues ya me quedo más tranquila.
- Es una noche igual que otra, ¿o no?.
- Noooooo
- ¿No? Es verdad, no todas las noches sale el rey hablando por la tele.
- No es por eso. Es una noche en la que se reúne la familia para comer, para cantar, para reir...
- ¿Y eso no puede hacerlo otra noche cualquiera? ¿Y si una familia no se lleva bien entre ella misma? es decir, hay primos que se escupen cuando se ven, ¿esos también se reúnen para cantar y para comer...?

En fin, cosas que se me pasan por la cabeza en estos días, y muchas más que no tengo ganas ahora de escribir.
Me da pena cómo se va perdiendo la ingenuidad de estas fechas y como todo se va frivolizando alrededor del tener y del comprar. Pero es lo que hay y yo no puedo hacer nada aunque quisiera.
Como homenaje a todo lo que se ha perdido en estas fechas yo no cenaré pavo ni pato ni nada de eso. Me voy a comer un bocata de tortilla con tomate y me beberé un zumo sentada en mi sofá y con mi pijama azul. Igualito que esta noche, que coño tanta tontería.

Porque todos los buenos deseos y los buenos sentimientos no sean exclusivos de estos días, porque con una sonrisa se regala más y porque existen los REYES MAGOS, alzo mi brick de zumo y brindo por todos vosotros.

EL MEJOR REGALO ES EL AMOR


3 de diciembre de 2006

Navidad, navidad, ¿dulce navidad?

Ya ha llegado la Navidad, ¿ya?. Sí, ya está aquí. Acabamos de empezar diciembre pero ya hay navidad, queramos o no. Y de eso, este año sé un poco, de lo adelantada que va, me refiero. Es sorprendente cómo cada vez las fechas se adelantan.
Cuando yo era pequeña no había navidad hasta el día de la lotería o el día de la función en el colegio. Casualmente, todos los años coincidían, por eso de darnos las vacaciones y las notas. ¡Ay las notas!.
Justo ese día me daba cuenta que ya estaba aquí. Ponía el Belén, sacaba del trastero el árbol esmirriadillo de todos los años, al que había que plantar en una maceta porque aún no existían los que vienen con pie. Era feo el condenao, pero qué gracioso quedaba adornado con el espumillón de colores y las bolas. Yo no tuve estrella hasta muy tarde, en su defecto lo coronaba con un pirulí plateado. Que más que un árbol, aquello parecía una antena sideral. Pero era lo que había. Los adornos pasaban de un año a otro sin ningún problema. Siempre eran las mismas bolas azules o rosas las que adornaban aquel proyecto de abeto. ¿Y el espumillón? Qué sufrido que era el pobre, hasta que no se reducía a trozos de diez centímetros no se iba a la tienda a comprar nuevo. Que no estaba la vida para tirar las cosas.

El nacimiento era lo mejor. El mío era bastante modesto, la verdad, pero no por eso dejaba de perder encanto. El primer año que puse un nacimiento en casa lo recordaré siempre por dos razones: fue el primero, y eso marca (o por lo menos a mí) y porque fue un acto de “madurez” que yo misma me apropié. Estaba enferma en casa con la varicela (por aquel entonces le llamábamos “pinchos”, no sé por qué, sería porque picaban con ansia) y muy aburrida, al ser contagiosa no recibía visitas de amigas por si se les “pegaba”, (qué poco sentido de la amistad!!!). El caso es que decidí montarlo yo solita en el mueble-bar de la sala. Dicho y hecho. Con una caja de mantecados (de las de 5 kg, que ya eran grandes) y un poco serrín del gato, limpio, claro está, e hice la primera ambientación de lo que horas más tarde sería Belén en el año 1. Con un trozo de papel de albal el río, previamente arrugado para dar la sensación de agua, un poco de nieve, por cortesía del corcho del televisor y ya tenía el Belén. Pastores con ovejas, pastoras lavando en el río, los reyes, ángeles y demás extras del Belén. Un lugar especial siempre era reservado para el “tío cagando”, a pesar de ser de lo más vulgar y que no pega nada, a mí siempre me hacía gracia la idea del apretón que le da un pastor que va a ver al Mesías. Por esa razón, siempre había que ponerlo, y no detrás de un pesebre u oculto entre rocas, no. Eso le pasó cuando vio al Ángel de la Anunciación a los Pastores. Y es que cómo no se le va a descomponer el cuerpo a alguien que se le aparece un tío volando en mitad de la noche diciéndote que vas a ver a un Dios. Pensaría que estaba muerto...

Tenía una amiga que más que un Belén, recreaba toda una ciudad y parte de otra. No faltaba nada ni nadie. Estaba más currao. Había cielo pintado con estrellas y luna, a pesar de que estaba todo nevado. El río era de agua de verdad, con sus piedras y todo. Luces, musgo y trozos pequeños de troncos que ambientaban más si cabe todo aquello. Me encantaba ir a verlo y a jugar en él. Sí, porque nosotras jugábamos en él, bueno con él. Aprovechábamos que su madre no estaba y usábamos a las pastoras para andar por el puente o ir a ver al niño Dios, como si fuera lo más normal del mundo.
Continuará...

1 de diciembre de 2006

Una cigüeña en el pasillo (III)

- Ringg, ringgg. Son las siete de la mañana, es veinticinco de febrero y ...-

La voz mecánica del aviso del despertador me sobresaltó esta mañana tanto que el corazón creía que se iba a salir. Apenas había podido dormir la noche anterior, estuve dando vueltas en la cama sin poder cerrar los ojos hasta la desesperación. Maldito café, no volvería a probar ni una gota en lo que me quedara de existencia. Cuando por fin logré poder dormir sonó el despertador, no podía ser verdad.

Quiero seguir durmiendo, hace frío. Todo está demasiado oscuro, las luces de la calle deberían estar aún encendidas, creo que es de noche. Sí, es de noche. ¿Qué hora será? No puedo oír ningún ruido, ni pasos ni nada. Puede que aún siga durmiendo. Pero no, sé que estoy despierto. Tendría que levantarme, es muy raro esto. Las piernas me pesan como si soportaran una losa de cemento. Tengo que hacer el esfuerzo a pesar del dolor. No puedo, no puedo mover las piernas... ¡Dios!, ¿que me está pasando? ¿Estaré durmiendo aún?