20 de octubre de 2006

Será el calor

Hace calor, mucho calor. Una mujer, que pasa a mi lado con su carrito de la compra, le va diciendo a su interlocutor invisible que ésto no es normal.
- Esto en mis tiempos no pasaba, cuando era verano hacía calor y cuando era invierno hacía frío. Pero este tiempo no es normal. Seguro que la culpa de todo la tienen los políticos – dice.
Opino igual que la señora que habla sola: la culpa de todo la tienen los políticos.
Hoy vuelvo a casa. Tengo prisa, mucha prisa. Las bolsas pesan como si tuvieran plomo en vez de ropa. Todo es más agotador cuando hace calor. Paso por la puerta de un bar “La Tapa Feliz”, en la tele un presentador casi enloquecido grita que tiene calor. Y yo, no te jode. Sigo andando.Parece no tener fin esta calle. Mierda, semáforo rojo. Ahora tendré que esperar media hora para poder pasar. No sé si aguantaré o desfalleceré y quedaré tendida en mitad de la acera sabiendo que voy a morir. La gente toca sus claxones, los coches gritan y a mi lado una pareja de turistas. Los miro de arriba abajo, - qué feos sois- Creo que me han entendido y ahora me miran mal. Tampoco ha sido para tanto...
Por fin verde. Uff, estaba un poco incómoda con todas las bolsas en la mano, a pleno sol y con los turistas insultándome en un idioma extraño. Vamos, creo que me estaban insultando, por el tono de voz y por la vena de la frente del señor. Parecía que iba a estallar de un momento a otro. Ya queda poco para llegar.
El kiosko de mi barrio había cerrado hacía unos meses. El kioskero me dijo un día que el negocio no funcionaba, era complicado. Asentí. Tenía razón, no era fácil. Y más cuando tu clientela la reduces a coleccionistas de fascículos de paraguas del mundo. Eso, aunque quieras, no da para mucho. Al final, decidió traspasar el kiosko e irse a Benidor a fundirse todo lo que tenía en montar otro kiosko. No sé si allí le funcionaría esa colección. Ahora, en su lugar había un puesto de artículos pirotécnicos (de dudosa legalidad): “El Petardo Feliz”. A diferencia del antiguo propietario, la variedad era extensísima. Los había que sonaban a pedo y los que te reventaban un tímpano. De colores, olores y no sé si tendrían alguno de sabores. Todo era posible en “El Petardo Feliz”. Lo mejor, sin duda, el logotipo: un petardo de ojos saltones a punto de explotar. La viva imagen de mi compañero de piso.
Llego al portal, ¡por fin! Busco la llave en el bolso. El monedero, la agenda, brillo de labios, cleanex, caramelos, un peine, un espejo, una moneda de 100 psts (me da suerte)... Y las puñeteras llaves no aparecen. ¿Las habré perdido? ¿Me las habré olvidado en algún sitio?. Mierda, seguro que las he perdido, nunca sé donde las dejo. Lo que me faltaba.
A través del cristal veo que alguien se acerca. Parece un cabezudo de esos que salen en las fiestas, no, es un vecino con un ¿abrigo?. En la calle se rondarán los 45 º y este buen hombre lleva puesto un abrigo. Abrió la puerta y saludó. Después se alejó corriendo calle abajo. Entré en el portal, todo era muy extraño. Hacía frio.