30 de noviembre de 2006

Butterflyz

Porque te echo de menos.
Porque buscábamos el mismo sueño. Tú lo conseguirás.
Porque te conocí en aquella clase de dibujo de primero, y eso marca cualquier acontecimiento.
Porque sufrimos a Carmelo un curso entero.
Porque nos gustaba perdernos por aquellas calles intentando dibujar algo. Siempre fue una excusa, buena, pero una excusa.
Porque las clases de fotografía nunca eran lo mismo sin ti.
Porque descubrimos Papela, y yo soñaba con poder usar todos aquellos papeles para dibujar lo que nunca pude.
Porque descubrí a la persona que mejor cocina el pollo al curry.
Por los vasos de leche antes de ir a clase.
Por el amor a los gatos.
Por reírnos hasta de nuestra sombra.
Por escucharme en el interminable camino hasta la facultad.
Por que las Cruces del 2007 serán memorables, nos lo merecemos.
Porque haremos ese viaje a Barcelona que tantas ganas tenemos. Espero que éste que vas a hacer tú lo disfrutes el doble: por ti y por mí. Yo estaré en tu corazón.
Porque yo no podré terminar lo que un día empezamos, pero en tu logro estará el mío.
Por la panadera cansina de tu calle: “que te pongo, prenda”.
Porque nunca debimos separarnos.
Porque algún día serás alguien grande en el diseño gráfico, espero ver tus pelis en los cines. En lo demás ya eres grandiosa.
Porque el corte de pelo te queda genial.
Porque te sigo echando de menos.
Porque la distancia no es nada, siempre nos quedará el msn.
Porque estoy llorando como una tonta recordando todo esto, pero no me importa decirlo.
Por aquella visita a la Alhambra que no hicimos y que está pendiente.
Por los proyectos de escultura: paraguas en un árbol, ¿cuántos paraguas colgamos?
Por el Buda y por Enrique.
Por las tostadas de Philadelphia con tomate y aceite, eso es un buen desayuno.
Por la alegría que nos da cada vez que nos vemos.
Porque sé que estás ahí cuando te necesito.
Porque algún día será el nuestro.
Porque tendremos un final feliz, como en la pelis.
Y porque eres la mejor. Te mereces todo lo bueno mi niña.

TE QUIERO

25 de noviembre de 2006

Una cigüeña en el pasillo (II)

... me acerqué, estaba sucio. Tenía miedo que pudiera hacerme daño. Pero algo no iba bien, no podía tocarlo, mis manos no podían rozarlo a pesar de estar a menos de un metro...


Por fin en el avión, esperando poder despegar y olvidarme de todo por completo. Una semana de vacaciones en esta época del año es lo mejor que podría haberme pasado. Volvería con las pilas cargadas a mil y poder pasar los meses de otra manera. Ahora dormiría un poco, tenía un largo viaje por delante.


Me estoy moviendo, no. Alguien me está moviendo a mí, yo estoy quieto. Ya paran. Dejadme dormir un poco, aún no ha sonado el despertador y todavía no hay nadie en la oficina.
Vuelven a moverme, esta vez con más fuerza. No, dejadme. No puedo veros, no me tapéis los ojos. Dejad que os vea, ¿qué me hacéis? Dios, que dolor. Pero, qué me está pasando. Todo es negro, no veo nada, no puedo verme siquiera las manos. ¿Qué pasa? Grito, alguien me oirá. Me duele la cabeza, creo que me va a estallar de un momento a otro. No puedo soportar esta presión, pero ¿qué me están haciendo?.
Frío, tengo mucho frío.


- Señor, señor... despierte. Ya estamos llegando, abróchese el cinturón

Gracias al cielo. Ha sido todo un mal sueño, maldito sándwich ...


19 de noviembre de 2006

Quien espera desepera

Ya he perdido la cuenta de los días, de las semanas, en fin, del tiempo en que empecé a notar esta sensación. Al principio no le di importancia, en aquellos momentos era casi normal. Todos me lo decían: “es normal, no te preocupes. Se te pasará y al final lo verás todo mucho mejor”. ¿Se me pasará? ¿cuándo se me pasará?.
Confié en las palabras de aquellos que por entonces querían consolarme, pero su consuelo sólo fue un espejismo. Un remedio que duró un instante comparado con todo lo que me esperaba y que ellos, creyendo que sería mejor para mí, no quisieron decirme. No sé si por evitarme más angustia o porque confiaban que realmente se pasaría. Ahora los miro y les pregunto sin hablar si aun tengo que esperar más, pero sus ojos miran al suelo. Creo que eso no es buena señal.

Cuando dejé de buscar en los ojos respuestas, todos se aliviaron. Ya no había más consuelo que dar, estaba todo dicho, sólo había que esperar. Que palabra más odiada: esperar. En realidad era mi único consuelo porque me permitió ilusionarme con lo que estaba por venir, que sólo deseaba que fuese bueno, pero por otro lado era mi condena ya que no podía determinar cuándo acabaría esta situación.
Con forme iban pasando los días la sensación retrocedió, no la notaba como antes y eso me alivió mucho, tanto que llegué a pensar que nunca ocurrió, que todo había sido una ensoñación propia de la primavera. Ligereza que al andar parecía que no tuviera cuerpo, sólo ganas de andar, de correr y de sonreír. Pero sólo fue eso, un retroceso. Avanzó con mucha más fuerza y más terrible, haciendo volver la sensación dichosa.

Día tras día se hacía más dura y más curativa, qué paradoja. Algo dentro de mí sabía que aquello era necesario, doloroso pero necesario. “Se pasará y lo veré todo mucho mejor” me repetía una y otra vez. Y se pasó, o eso creo, pero no estoy mucho mejor. Estoy bien, comparando cómo estuve algún tiempo y eso ya es todo un logro. Pero sigo con esa sensación, aun no se ha pasado.
Creo a que a esto lo llaman desamor.

12 de noviembre de 2006

Un asunto de un par de señales

Ayer mientras estaba comiendo escuché una “noticia” en la tele que me provocó risa y vergüenza ajena. La “noticia” en cuestión era la colocación de señales no sexistas en Fuenlabrada. Los típicos monigotes de las señales de los pasos de peatones son ahora sustituidos por “monigotas” con falda y coletas.
La alcaldesa de la ciudad, creo recordar Rosalina Guijarro, dice ante la cámara de televisión orgullosa que ahora también se representan a las mujeres, tras años de estar discriminadas en este ámbito de la vida cotidiana. La mujer ya se ha ganado un lugar en el cielo de los alcaldes con este hecho, seguro.
En este punto ya no puedo más y decido levantarme para apagar la tele, cuando el sagaz reportero pregunta a mujeres viandantes qué les parece que ahora también ellas estén representadas en las señales de tráfico, uyyy que orgullosas se les ve. A todas les parece lo mejor que podía haber pasado en estos tiempos que corren, claro que sí.
Y es que, lo mejor que nos puede pasar a una mujer para no sentirnos discriminadas en la vida es que nos pongan niñas con falda y dos lazos en una señal de tráfico, a eso le llamo yo paridad, si señor.

¿A quién se le ha ocurrido semejante memez? ¿Creen que vamos a sentirnos más iguales porque dibujen unas faldas? ¿Acaso no es más sexista eso?
Para empezar, las señales de tráfico no nos representan como individualidad, sino como generalidad: hombres, mujeres, niños, niñas, ancianos... Son iconos que reconocer sin adornos estúpidos.
Para continuar, también deberían ir pensando en hacer señales que no discriminen por condición sexual, por religión o por cualquier otro aspecto que nos diferencie a los unos de los otros. Sería lo más justo en ese caso.
Y para terminar, ahora me siento más discriminada que antes con esa reverenda gilipollez. Ser mujer no implica tener que llevar una falda, porqué no la habrán puesto con un pantalón o con el pelo corto, ¿acaso son menos mujeres? Lo que les ha faltado es pintarla de rosa y ponerle unos pendientes.
Este hecho reafirma mi idea / teoría de que los alcaldes sólo piensan en tonterías y paparruchas fritas para tener algo de protagonismo, en vez de hacer cosas realmente importantes por el pueblo. No sé si la señora alcaldesa estará en su casa regocijándose de la gran obra social que ha hecho por todas las mujeres colocando señales no sexistas, al igual que otras muchas que, a lo largo de los años, lucharon porque se les reconociera en igualdad de derechos que a los hombres. Sólo espero que no. La lucha por la igualdad, no sólo de hombres y mujeres, de todas las personas, es algo más profundo, más serio y más necesario que pintar una muñeca.
Su “proeza” me parece ridícula y circense.

8 de noviembre de 2006

Cansada

Después de varios días sin dar señales de vida por estos lares, he de decir a mis lectores* que no me he muerto (aún), ni he tirado el ordenador por la ventana (idem) ni me he mudado a ningún país lejano. La razón es mucho más mundana que todo esto. He vuelto a trabajar y estoy agotada. No quiero parecer una comodona o una quejica, pero trabajar en la campaña de navidad de unos grandes almacenes está dejando mis neuronas bajo mínimos. Toda la tarde-noche abriendo cajas, poniendo alarmas, ordenando, colocando, etc. Repito que no hago mucho más que otra persona, no me malentiendan , pero yo no doy para mucho. Sólo pido que el fin de semana venga pronto para poder dedicarme a lo que más me gusta, a no hacer nada de nada, que ya es hacer algo. Bueno, a dejarme caer por aquí, que se está muy bien.
Espero que todo este cansancio sea propio del principio, de lo nuevo, y que dentro de unos días pueda hacer mi vida como tal cosa.


* Sin ánimo de ser petulante, siempre quise poder decir esto alguna vez

2 de noviembre de 2006

Una cigüeña en el pasillo

Había mucho revuelo en casa. Todo el mundo gritaba y nadie me explicaba por qué. Me dirigía hacia mi dormitorio y me lo encontré, pobre animal, estaba asustado con tantas voces...




- Ringg, ringgg. Son las siete de la mañana, es veinticinco de febrero y ...-

La voz mecánica del aviso del despertador me sobresaltó esta mañana tanto que el corazón creía que se iba a salir. Apenas había podido dormir la noche anterior, estuve dando vueltas en la cama sin poder cerrar los ojos hasta la desesperación. Maldito café, no volvería a probar ni una gota en lo que me quedara de existencia. Cuando por fin logré poder dormir sonó el despertador, no podía ser verdad.
Con más que trabajo me levanté de la cama y me dirigí al baño. Mientras me afeitaba, el reflejo en el espejo me devolvía la imagen de un hombre viejo y cansado. No era mayor, pero las rutinas encanecieron todo, el cabello, el trabajo, la vida... No quería darme cuenta, pero el espejo nunca miente.
Café sin azúcar. Sería el primero de muchos, los mismos que horas más tarde no dejarían que durmiese de un tirón por la noche. Pero los necesitaba para todo, para coger el metro, para poder estar ocho horas delante de la pantalla del ordenador, para hablar con los compañeros de trabajo de temas sin más trascendencia. Era así, no siempre hacemos las cosas de manera que nos beneficien.

El trabajo en la oficina era tedioso y gris, al igual que la propia oficina. Esa mañana no sería muy distinta a las demás. Informes y más informes. Me senté delante de la mesa del ordenador con el segundo café solo y sin azúcar intentando que arrancara de una vez el maldito aparato. Teníamos la tecnología de la Edad de Piedra, los ordenadores tardaban siglos en ponerse en marcha, lo que iba sumando enteros para estar toda la mañana de mal humor. Sólo un ordenador con internet en toda la oficina, ni falta hace decir cuán de solicitado estaba a lo largo del día.
La mañana era eterna en aquel tercero derecha habilitado para la empresa. Las ventanas nos mostraban una maravillosa vista del edificio de enfrente: una pared de ladrillos. Todo era por el bien de la empresa y del rendimiento de los trabajadores decía el capullo de mi jefe. Pero creo que más que por el bien de la empresa y el de los trabajadores, lo que se la traía al fresco, era por no tener que pagar más por otro sitio que reuniera condiciones de trabajo menos deprimentes. A parte de capullo era un rata. Acabaría muerto en cualquier callejón, de eso estaba completamente seguro.
La hora de la comida era aun más triste que todo lo demás. Comida fría, una ensalada y un sándwich de pollo era todo lo que la cafetería de la esquina nos podía ofrecer. Y para qué más, con sólo quince minutos de descanso no puedes comerte una dorada a la espalda, me dijo un compañero una vez. Tenía razón. Eso sería romper con toda esta mediocridad reinante y al final perdería el encanto. Reservaría ese plato para alguna ocasión especial.
Sólo tenía que dejar pasar cuatro horas más, eso no era nada. Dejar la mente en blanco, no pensar en todo lo que me rodeaba, sólo cuatro horas, doscientos cuarenta minutos, eso no era nada. Había soportado cosas peores.
Pude conectarme por un segundo a internet, los asiduos a ese ordenador lo habían dejado libre, pero no podía entretenerme mucho. Miré las noticias deportivas, el resultado de la lotería, nada, otra vez será, y el correo. Éste era casi por obligación más que por encontrar algo interesante, las fechas de reuniones, juntas y demás actos de la empresa el jefe nos las comunicaba por ahí. El muy gilipollas, nos veía todos los días y nos tenía que citar por un correo electrónico, a pesar de que la empresa no disponía de una conexión a internet, haciéndonos el apaño un modem viejo.
En la bandeja de entrada mucha basura, publicidad, ofertas de contactos, mensajes en cadena... y uno que se dirigía a mi nombre de pila, curioso porque eso lo sabía sólo el banco, el casero y mi madre, y no creía que si me tuvieran que notificar algo lo hicieran por aquí. O por lo menos no los dos últimos.
Abrí el correo y comencé a leer. Me había tocado un viaje, ¡un viaje!. No podía ser verdad, no a mí. ¿Cómo sabían todos mis datos? Si yo no los había dado, ¿quién entonces? Me daba igual, era un viaje durante una semana a una isla del pacífico. Llamé al número que figuraba en la página y me lo confirmaron, era yo el ganador. Ahora debía hacer las maletas, mi avión salía dentro de cinco horas y tenía tantas cosas por hacer que no sabía si podría con todas.

Salí a la calle a la carrera, sólo cuatro horas para embarcar y aún tenía que recoger el billete de la agencia. La hora que había perdido haciéndole la pelota al inepto de mi jefe era valiosísima, tenía que hacer la maleta, encontrar el pasaporte, los billetes... Me estaba asfixiando intentando volver a casa. ¡Un viaje! El día, después de todo, habría merecido la pena.

En la calle esperando con la maleta hecha, el billete en el bolsillo de mi chaqueta y con una sonrisa de oreja a oreja, esperé al taxi. Todo era perfecto, haber ganado el concurso, ahora el viaje, el sol, la playa. Podría descansar durante una semana completa sin preocuparme de nada, ni de trabajo, ni de dinero, ni de la mierda de vida que tenía. Sólo sol y playa. Un buen momento para comerme esa dorada a la espalda, esa iba a ser mi ocasión especial. En esto estaba cuando el taxi se paró delante mía.

- Al aeropuerto, por favor, llevo prisa -