Salir a la calle es como volver al mes de diciembre, pero de hace cuatro o cinco años, porque hace ya que no vivimos un diciembre como Dios manda, vamos con frío. Ahora las temperaturas bajan a 7 u 8 grados, aquí, en Jaén, en otros sitios nieva y esas cosas propias del mes de abril. Dicen que es el cambio climatico, yo ya paso de pensar por qué sucede todo esto. Eso sí, no ayuda a mi estado de ánimo para nada. Necesito sol para salir a darme una vuelta y pensar, pero con este tiempo no me apetece. Si pudiera, estaría llorando todo un día hasta que se reblandecieran las baldosas del salón, pero no me sale. Si tuviera la costumbre de ir a correr ("ir a correr" es hacer ejercicio pero el doble, qué cosas!) agotaría mis fuerzas. Si utilizara la pintura como desahogo gastaría todos los tubos de óleo. Pero nada de eso lograría reconfortarme.
Las prisas, el trabajo, el estrés y madrugar hacen que la vida la vivas sin vivir. Tu tiempo se esfuma en favor del tiempo de otro. No existe el pensar, existe el actuar. Pero si ya no hay esas prisas, todo adquiere una dimensión diferente, otro color, como si la perspectiva de tu realidad cambiara el punto de fuga.
Quizás lo que creías sólido se vuelve de plastilina, lo fuerte cambia a flojo y lo que llenaba tu vida empieza a vaciarla. Todo adquiere una relatividad turbadora y dolorosa en la que se empieza a perder el equilibrio y la orientación.
Me he puesto un límite: la semana que viene tomaré una decisión. Otra más, pero ésta sé que será la definitiva.