Hace calor, muuucha calor, como en casi todo el país, pero si trabajas el calor es como si te pesara una tonelada más sobre tu nuca, en algunos momentos creí el coche se iba a derretir con tan sólo meter la llave. En fin, lo propio en estas fechas. El único refugio que encuentro es mi casa. Cada vez que salgo y todo a mi alrededor se achicharra bajo de un sol de ¿justicia? (¿acaso eso se puede llamar justicia?) pienso en volver al fresquito que milagrosamente hace en mi piso. Mientras voy por la carretera para ir a trabajar me imagino cómo sería la visión del paisaje, si en vez de mar de olivos, se convirtiera en mar de verdad, de agua salada. Ohhhh! me emociona el pensarlo! Tanta agua, fresquita, la brisa, el olor a mar...... y con lo único que me encuentro al abrir los ojos es al conductor que viene detrás pitándome como un loco, porque voy circulando por en medio de los dos carriles y campo, campo, campo amarillento y seco. Por eso he prometido no ir a trabajar más en verano para no tener que imaginarme el mar mientras voy conduciendo con los ojos cerrados